En esta época del año, las cataratas vienen muy cargadas, no por ello dejan de ser imponentes, pero no se dejan fotografiar. Una nube de minúsculas partículas de agua te envuelve en cuanto te acercas. Da mucho gusto aunque hay que esconder la cámara. Después de otras 5 horas en otro autobús, un poco más lujoso que el narrado en la anterior entrada, llegamos al pueblo de Vic Falls. Así lo llaman. Conseguí ingeniarmelas para obtener resident tariff en el mejor lodge del lugar. Tocaba un poco de glamour y turisteo, la verdad. Plagado de sudafricanos forrados, holandeses idem y algún que otro indio. Con espléndida vista desde la terraza a la sabana y al charco al que, claro, a determinadas horas, se acercan todos y por su orden, los animales a beber. Con los prismáticos de Darío, aunque no son stabilizer como los de Pepillo, se puede ver pestañear a los elefantes, aunque no merece la pena porque csai es más bonito disfrutar de la mágica visión de conjunto: el sol cayendo, el charco, los animales cediendose o negandose el sitio privilegiado del charco. Oyes barritar a un elefante, es tan sorprendente! Los impalas, muy respetuosos, ceden lugar a leones y elefantes... Hay muchos pájaros de increíbles colores y texturas aterciopeladas; he preguntado si son fosofo por la noche pero no lo saben porque dicen que no son aves nocturnas, todos tienen nombre y me los estoy aprendiendo, poco a poco. También hay inmensos buhos, que vuelan majestuosamente desde las carreteras de arena cuando les deslumbras con los faros del coche por la noche. Y águilas, imperiales, también grandes.
Estuvimos 3 días en el full equiped chalet, self catering, incluyendo 50 monos en la puerta y otros tantos warthogs- la especie de jabalí autóctono, ese que sale en la peli del rey león. Son graciosísimos y sólo comen hierba, muy pacíficos, no así los monos. Una madre, en un momento de despiste entre la cocina y la barbacoa del porche (a 100 metros, no más), se coló, hijo en tripa, en nuestra cocina por el tejado de paja. Era evidente que conocía bien las dependencias porque no dudó ni un momento en la puerta del baño; nosotros, obviamente, no pusimos objeción a que nos robara un paquete entero de galletas. No sólo son inmensos, además te miran con esa cara entre pilla y sabia, al tanto de todo lo que está pasando y, por supuesto, dominando el terreno mucho más que tú. Aldía siguiente cruzamos a Zambia, caminando, a través de un puente desde el que unos locos hacían jambo jumping, esto es, se tiraban al vacío al río Zambese sujetos únicamente por un arnés atado a una dudosa liana, que os digo yo que era bastante dudosa. Terrible incluso verlo, Darío estuvo a punto de atreverse, he de admitir que hice todo lo que pude por disuadirle, entre otras cosas por el vértigo que me daba quedarme en el roñoso puente esperando con Inés, que no paraba de asomarse por la barandilla, rota en muchos tramos.
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